diciembre 10, 2009

Rubias Morenas Pelirrojas

Estaban todas, seguro que no faltaba ninguna porque habían sido contadas con sumo cuidado. Una tras la otra, bien arregladas con sus trajes rojos brillantes que dejaban ver algunas estructuras de aluminio, listas para salir del remolque del camión a cumplir con su deber.

Al fin abrieron la puerta y reconocieron a los mismos tres hombres con los rostros largos, barbados y paquidérmicos que las habían montado y arrumado dos días atrás: eran el conductor y sus dos ayudantes. Ellos las trataban con el mínimo respeto que a su parecer les merecían y no con mucho cuidado; sabían por órdenes del jefe que ellas debían llegar impecables, pero no se esforzaban si a lo mejor una o unas iban encima de la otra.

Fueron acomodadas en el local que estaba en la esquina donde paró el camión, de a cuatro porque así lo exigía el dueño del sitio y sus clientes, claro; y aunque algunas fueron acomodadas de a dos y otras de a seis todas carecían de la posibilidad de hacer o decir algo al respecto.

Sin embargo hubo una que quedó sola, mucho más retirada de sus compañeras. En un principio todas sintieron envidia de ella y ella hasta llegó a sentirse privilegiada porque su ubicación era poco visible y el estar sola podría ser una ventaja.

Claro que no fue así. De ahí en adelante iban a ser muchos sus dueños. Llegaban a utilizarlas por el tiempo que pagaran por estar ahí, más que todo en la noche, cuando había más trajín. En la tarde había poco movimiento porque sus exclusivos clientes tenían una jornada laboral común y corriente –aunque que no faltaba el conchudo–, y la mañana se empleaba para descansar y hacer el “mantenimiento” necesario.

Pasaron 3 años y nuestra solitaria amiga sufrió como ninguna otra, fue entre todas la que recibió un mayor desprecio, y claro, el paso del tiempo, tanto polvo y su soledad, la pudrieron.

Fue así como en ese local de esquina de barrio maloliente, donde rubias morenas y pelirrojas atendían a diario a sus deseosos clientes, una silla que nadie vio ni estrenó fue condenada, por haber sufrido el desengaño del privilegio y por tener que soportar el peso de la nada, mientras las demás sillas sí soportaban, dignificaban su profesión y lucían orgullosas sus vestidos rojos brillantes.

2008

noviembre 15, 2009

Ley del Amor: Capitulaciones Obligatorias.

"In this country, you gotta make the money first. Then when you get the money, you get the power. Then when you get the power, then you get the woman."
Tony Montana.

Cualquier lunes o jueves en la mañana en una cotidiana conversación de esas de actualización necesaria “ya hemos hablado del tema varias veces y no, definitivamente niñas yo pongo la cuota inicial y que él pague el resto del apartamento… o ustedes que dicen?" se oyó tras las persianas donde tres viejas compañeras hablaban sobre un próximo e inevitable matrimonio igual a todos los matrimonios de ese año, con todo lo calculadora que resultaba una de ellas, la de la idea, y por ende las tres en conjunto.

Escuchar ese tipo de conversaciones aleatorias casi siempre lleva a dos tipos de análisis, el subjetivo y propio, y el socioeconómico y objetivo.

El primero me hace a un lado, me revuelca y me da ganas de revolcar y debatir el argumento hasta el cansancio, con la excusa perfecta de que además estas tres protagonistas lucían un bello color rubio en sus lisas (naturales o no, creo que no) cabelleras brillantes, y claro, una uniformidad cíclica entre las tres que pretendía lucir lo auténtica que es cada una, cómo no. Con tantas excusas aprobadas por sus iguales para hacer lo que su pobre, íntimo o jamás permitido sentido común pudo sacar desde la primera vez que lo intentaron usar, y que termina confundiéndose con el límite de los demás sentidos comunes, si es que existieron, entre una multitud cuantificable destinada a vivir y hacer vivir lo mismo a otros tantos a lo mejor iguales.

Ese silencio impuesto al interior de la cabeza desde quien sabe dónde, es un claro reflejo celestial, donde se funden la aprobación y obviamente nace, pero en el lado oculto, la doble moral, el pecado.

La necesidad básica de pertenecer, de compartir lo mismo, de gustarme lo mismo, es el primer resultado de la religión católica (que es la única que conozco), fruto de la tierra y del trabajo de los hombres, donde todos vamos por el mismo camino, con los mismos permisos, con un destino trazado desde arriba pero al que de todas formas se le reza para que sea mejor ¿mejor de lo que ya está escrito, mejor para vivir cuándo?

El dinero, conseguido por algunos, merecido sin esfuerzos por otros, enajenado por otros tantos, al final, es el medio. Desde “virgen maría dame puntería” hasta “pregunte por lo que no ve” y “en esta bolsita traigo de todo, la visión para el ciego, la salud del enfermo”, el engaño tiene aprobación social para lo que llamamos el rebusque de la vida, es la excusa en masa de la supervivencia, el primer paso para lograr el objetivo. Y el segundo, es casi inmediato al dinero, el poder. No necesariamente el poder de mando, manipulación o soberanía al que tantos quisieran llegar, sino el poder de ser-capaz-de, de tener-facultades-para, del mundo de las posibilidades.

Y en este mundo de las posibilidades están parados ambos, los que las tienen y los que no, los que las buscan y los que las encuentran, gracias a dios o al pacto con el diablo, el bien y el mal se encuentran en la calle, el oportunismo a flor de piel. Ahí se vende, se compra, se malicia, se vuelve y se vende, y se compra más caro, cada vez para poder más, desde lo simple hasta lo absurdo, todo con el grandísimo y oculto impulso del ego. Se pasa por encima de todo, gobiernos, vidas, valores, más vidas, dineros ajenos, destinos cambiados, bancarrotas, loterías, casualidades y el esfuerzo de toda una vida construida, porque al final, el ser es definitivamente insoluble, como lo son la forma y el fondo, sin entrar a discutir si el fin justifica o no los medios, van siempre en la misma dirección, bien o mal, correcto o incorrecto, debido o indebido.

La forma es la iglesia, el valor del amor, el sacramento del matrimonio, la comunidad, la aceptación social, la familia y los amigos.

El fondo es el dinero, el poder y la mediocridad.

Si la iglesia y el dinero no fueran un matrimonio en todas sus expresiones no habría historias podridas, trampas, vidas vendidas y compradas, hombres y mujeres infelices, infidelidades fatales y suicidios infalibles.

De la misma forma que existe la opción de hacer Capitulaciones a la hora del matrimonio, se entiende como inexplicable el hecho “natural”, que quien sabe quien se lo habrá inventado, de participar de la riqueza del otro, marido o mujer, por el simple hecho de casarse.

Este absurdo intangible debe ser un veto constitucional, por un país mejor y una sociedad más auténtica. La ley del amor: Capitulaciones Obligatorias.

2009