Inspirado en Don José, de Todos los nombres.
Después de la habitual práctica matutina sobre los Derechos Humanos, la profesora Karla recostada en el altar de una antigua iglesia empezó a publicar la guía digital de estudio a sus pequeños alumnos. El primer punto consistía en leer un breve escrito latinoamericano sobre una de las religiones más antiguas y poderosas del mundo, el escrito es El Apocalipsis, del libro Fábulas Modernas sobre Religiones:
Fueron sus últimos instantes de la vida. Don José lo sabía, lo sentía, tanto que era el final como lo que vendría después.
Es el momento más emocionante de mi vida –pensó– mientras se daba la razón contemplando las imágenes que tibiamente se había forjado durante más de setenta años de un largo y tedioso caminar. Muy a su pesar, pero consciente de ello, veía con más claridad que nunca su inexorable camino hacia el infierno, ¡Es real! El asombro, la decepción y el coraje se habían encontrado en su último trazo de vida, caminando al unísono cual trinidad imperante que lo acompañaba al lugar que la justicia divina le había otorgado para la eternidad; Ya no podía distinguirse vivo o muerto, pero aún estaba consigo mismo y despreocupado de su pasado, más bien con una enorme y morbosa expectativa por ver por fin como era el fin, No importa si es el infierno, ya me tocó.
Rojo, amarillo, ocre, negro, calor, humedad, brillo, silencio, temor, decepción, resignación, realidad. Empezó a ver a otros condenados, nadie lo reparó, no notaron su novedad, siguieron en lo suyo, sin expresión alguna o con todas a la vez.
Empezó a pensar vagamente, ¿Cómo fue que me morí? Casi no lo recordaba, ¡Pero si fue hace nada! Ah, es que aquí el tiempo no… ¡José! Lo interrumpió una voz que no supo de dónde venía pero que de inmediato se encontró a su lado, definitivamente era él. ¡Dios mío, y ahora qué! Tranquilo, aquí todos somos iguales, bueno, casi. Notará que no está tan asustado, aquí el temor profundo es escaso, hace mucho me cansé de tanto molestar y atormentar, aquí la gente llega por convicción propia, sin amenazas. Extrañamente Don José pudo digerir todas las palabras que le dijo, notó una tranquilidad en su discurso y una familiaridad de cómplice que lo hizo sentirse más propio de su lugar eterno.
...Bueno, pero debo confesarle que llegue aquí por algo hasta medio insignificante, es que yo hasta creo en Dios, –se quedó pensando por un instante, y luego preguntó– Por ejemplo, ¿usted cree que en Dios? –e inmediatamente pensó– ¡Soy un imbécil, qué novatada! Pero igual, ¿a dónde más puedo ir? Esta es la pena máxima, ya no hay nada que romper. El encuestado con cara contrariada, torciendo la boca y mirando un poco hacia arriba le respondió con la misma ingenuidad después de un segundo: Sí, claro.
Desconcertados, todos los condenados voltearon inmediatamente sus miradas hacia él, si bien no estaba escrita en ningún código la pena a semejante declaración, esto causaba una gran indignación en todos, que se habían guardado bien el mismo secreto por siglos. Y la verdad, ya no podía haber más infiernos.
De repente todo empezó a cambiar, el infierno se empezó a desvanecer, ya no tenía sentido, sus habitantes estaban perdidos, entonces todas las almas del recinto no tuvieron más remedio que salir despavoridas por la única puerta; la de entrada, que ahora era la de salida fue como una puerta celestial.
Y sí, todos fueron llegando al cielo, con sus blancas e impecables vestiduras. Don José no lo podía creer, todo lo que le habían dicho era verdad y estaba corriendo con la suerte de conocerlo todo, todos los nombres, y además haciendo historia. Entraron pues al cómodo y tranquilo lugar ocupando el nivel más bajo, claro está, aunque todos eran iguales, no se podían diferenciar uno del otro, salvo por su propia conciencia. Sin embargo no hubo mucho tiempo de acomodarse porque la verdad salió a flote: Ya sin infierno todo el mundo iba al cielo viviera como viviera, hiciera lo que hiciera, pensara lo que pensara. Fue el caos total del otro lado de la vida y la gente ya no cabía por la puerta del cielo. Entonces decidieron cerrarlo, es que no era justo ni digno, ese no era un lugar para un cualquiera.
En vista del inminente cierre todos empezaron a salir atropellando y sin vergüenza en medio del drama a buscar un buen lugar para su eternidad, Don José también corrió lo que más pudo, no fuera a ser que se quedara sin dónde estar en el infinito. Pero qué cosa tan absurda resultaba esta tarea, tanto que en vista de que no encontraban nada se preguntaron por el limbo, por el purgatorio, ¡claro! Pero otra vez lo mismo, estaba clausurado y hace ya un buen tiempo.
Esto fue de lo último que pudo ver el pobre Don José, que por su pregunta inocente terminó acabando con todo, cielo e infierno, castigo y recompensa. Y qué culpa tenían los otros mortales que ya no tendrían a dónde ir después. ¡Qué alguien les avise! –se dijo– pero cómo, si nadie puede volver… es una lástima, en verdad, no es justo.
Así, Don José creyó terminar peor de lo que empezó, sin siquiera un lugar en donde estar por el resto, sin nadie, con nada. Fue el apocalipsis, después de la muerte.
2010