De repente, llegan siempre los mismos
recuerdos, porque la memoria es selectiva –sí, eso ya lo sabíamos– entonces
cada que avanzás y miras atrás, te das cuenta, sin querer, que hay un enfoque,
un zoom involuntario a los mismos recuerdos, por ahí no sé si son lo más
importantes –lo que no sabíamos es que la memoria tiene voluntad propia–, pero
seguro no podríamos seguir si cargáramos con el peso de todas las memorias, de
cada detalle. Y vos ya, seguís, y te das cuenta que repetís las mismas historias
de cuando eras chico, con un pequeño aire de nostalgia, arrastrado por la
corriente. Como tus viejos.
Y es que la vida te cambia sin notarlo, porque
avanza despacio, al ritmo de la rutina, hasta que los planes de los grandes
cambios te sorprenden a la vuelta de la esquina, como si nadie te hubiera
contado, como si no te hubieran invitado a la fiesta, como si el baile no
fuera con vos. Te despistás un segundo y te lleva la corriente, te perdés.
A veces, te toca mirar desde la tribuna cosas
que querías vivir. Pero que sí, que la vida cambia sin darnos cuenta, y esos
cambios son como corrientes de agua, corrientes de amigos, de trabajos, de rutinas.
Y es que después de cierta edad, encontrarse en la corriente ya no es más
cuestión de compartir los gustos, es que la corriente ya lleva tanta inercia,
tanta fuerza, que juntarse requiere un esfuerzo enorme; pero igual jugamos a
coordinar las corrientes, a buscarnos, como si nuestras fuerzas de voluntad
fueran suficientes...
Entonces preferimos seguir, y esperar.
Otras veces, nos toca bailar en fiestas
que hubiéramos querido mirar desde la tribuna, o tal vez, ni
siquiera. ¡Pero que sí, que la vida cambia sin darnos cuenta!, y mientras más
tiempo haya avanzado la corriente, más fuerza necesitás para hacer el cambio.
Mirás atrás y seguís avanzando, ya no podés
parar. Entonces preferís seguir.
¿Te gustó? Bueno, de qué otra forma podía ser escrito un relatito que se llame Corrientes.
¿Te gustó? Bueno, de qué otra forma podía ser escrito un relatito que se llame Corrientes.