¡Riiing!
¡Riiing!
¡Riiing!
– ¿Aló?
– quiubo tía.
– ah bien tía, gracias.
– no nadita, estudiar juicioso como siempre.
El morral cruzado sobre su hombro derecho le hizo sentir que estaba de afán, pues lo primero que hizo después de girar las dos cerraduras para abrir la puerta fue contestar el teléfono, aún sin prender la luz en ese Jueves de noche cálida de Septiembre que le advirtió que en casa no había nadie y que saciar el hambre que llevaba le iba a costar más tiempo y esfuerzo que de costumbre.
– no, no está.
– tampoco está, es que yo acabe de llegar de la universidad y aquí no hay nadie.
– no ni idea tía.
Claro que perdió su afán luego de conocer que tendría que prepararse la comida por sí mismo y que entonces esta no sería una muy parecida a la que tenía en mente camino a su casa; prendió la luz y se distrajo reparando en el espejo su apariencia, su camiseta y su jean roto mientras erguía su espalda y sus hombros para parecer mejor, e ignoraba a medias la conversación telefónica que sostenía con su tía, pues ambos se sabían de memoria el protocolo de este tipo de llamadas.
– ah sí, eso me contaron.
– sí, muy bueno.
– (...)
– aja.
– claro...
– no, pues si querés tía apenas llegue le digo que te llame... ¿o le querés dejar alguna razón?
– aja.
– aja...
– mmmm...
– ah bueno tía.
– ok.
– bueno pues.
– bueno...
– gracias tía.
– aja.
– sí, claro.
– listo.
– bueno.
– bueno chao.
– chao.
Colgó el teléfono y se sentó de espaldas al espejo en una sillita café, y sin quitarse el morral sacó de allí un cuaderno para ver el dibujo de un personaje japonés que había hecho en clase de 6 de la tarde mientras el profesor resolvía con detalle un examen que no le interesaba, pero como en ese momento escapar del salón le pareció un gesto grosero, prefirió dibujar en las últimas hojas de su cuaderno para lograr distraerse.
Ahí, sentado en casa, mientras observaba de nuevo el dibujo y recordaba las vagas palabras del profesor y la de sus compañeros pidiendo explicaciones o haciendo reclamos estúpidos para parecer muy interesados en la materia develando tontamente su interés material por la nota, se sintió de nuevo flotando en el pequeño salón de clase, en donde al levantar la mirada podía verlo todo desde más lejos y en cámara lenta, y paradójicamente, era así como el tiempo volaba y daban las 7:30pm para poder irse a su casa. Entonces, ahí sentado sintió repentinamente la necesidad de levantar la mirada del dibujo para observar la casa, pero no logró escapar de su estado levitante y ahora extraño, pues resultó que fue uno de esos momentos en los que fatalmente se cae en cuenta de los detalles de un sitio tan crudamente común como la sala de la propia casa, y la vio diferente y se sintió ajeno y raro. Por más que reparaba en cada detalle no lograba safarse de su incomodidad, entonces se paró y rápidamente se volteó para mirarse al espejo, pero no funcionó. Se encontró enfrente con alguien igual a él pero no lograba reconocerlo, era como un extraño déjà vu. Mejor o peor, este último encuentro con su imagen apenas lo sorprendió al darse cuenta que no sentía ni miedo ni más rareza o incomodidad, sino vacío o lleno de nada, pero con oído y vista, aunque ya no más gusto, olfato ni tacto.
Sonó el timbre.
Escuchó voces afuera.
Mientras se alejaba del espejo alcanzó a reconocer la voz de su mamá y su papá riendo y la de un joven regañándolos por haber tocado el timbre sin recordar que no había nadie en casa; esta última le era una voz muy familiar, tal vez la de uno de sus hermanos, pero luego pensó nunca haberla oído antes. Escuchó las llaves entrando en la cerradura y abriendo la puerta. Pudo ver delante del personaje de la voz joven como efectivamente entraban su mamá y su papá, quienes al pasar se preguntaron mirando hacia atrás “¿quién dejó esta luz prendida?” Ahí parado quiso acercarse a responderle a sus padres para sorprenderlos y contarles lo aliviante que era saber que habían llegado porque podrían preparar juntos algo de comer; sin embargo, aparte de que por más que lo intentó la voz no le salió, escuchó cómo la voz joven cerrando la puerta respondía “yo no fui” y crudamente volvió a la misma sensación de la escena del espejo… ¡era él mismo!, aunque ahora sí logró reconocerse, vivo, era otro, pero él mismo. Parado enfrente del espejo siguió observándose inmóvil con el mismo vacío que no pudo dejar de lado y mientras su mamá pasaba hacia el interior de la casa se miro al espejo, la pudo ver de frente, y entonces entendió que nadie notara su presencia ni pudiera verlo.
Le dio una última mirada a su otro yo y salió vagamente de la casa sin abrir la puerta, para siempre.
2008