marzo 27, 2015

Donde existe Dios


Ya el planeta, a cada segundo, es una sola evidencia de consecuencias que, una tras otra, nos mantienen con vida. Algún poeta, uno no tan bueno, pero inspirado, podría decir vagamente que “nada está puesto al azar, somos un milagro divino, una creación poderosísima”.

Yo le diría a ese poeta que, lo realmente poderoso de esta creación, es que no hay ningún poder, ni nigún creador detrás. Que no existe intención alguna, que somos una casualidad. Que nos explica simplemente una distancia perfecta entre la Tierra y el Sol. Y que soles, hay millones por conocer.

Defender una de las dos posturas anteriores ha determinado, desde que existe el hombre, una lucha, a muerte, por la verdad. Ese desorganizado afán por encontrar la fuente del conocimiento nos ha mantenido, durante miles de años, como la única especie que razona en este particular planeta, pero que, aún así, no ha logrado ponerse de acuerdo. En cambio, nos hemos matado una y otra vez y, mientras haya vida, lo seguiremos haciendo, por cualquier motivo.

Traigo entonces una verdad absoluta, y a la vez, inútil.
Dios sí existe, pero solo en la Tierra.

octubre 17, 2013

Corrientes

De repente, llegan siempre los mismos recuerdos, porque la memoria es selectiva –sí, eso ya lo sabíamos– entonces cada que avanzás y miras atrás, te das cuenta, sin querer, que hay un enfoque, un zoom involuntario a los mismos recuerdos, por ahí no sé si son lo más importantes –lo que no sabíamos es que la memoria tiene voluntad propia–, pero seguro no podríamos seguir si cargáramos con el peso de todas las memorias, de cada detalle. Y vos ya, seguís, y te das cuenta que repetís las mismas historias de cuando eras chico, con un pequeño aire de nostalgia, arrastrado por la corriente. Como tus viejos.

Y es que la vida te cambia sin notarlo, porque avanza despacio, al ritmo de la rutina, hasta que los planes de los grandes cambios te sorprenden a la vuelta de la esquina, como si nadie te hubiera contado, como si no te hubieran invitado a la fiesta, como si el baile no fuera con vos. Te despistás un segundo y te lleva la corriente, te perdés.

A veces, te toca mirar desde la tribuna cosas que querías vivir. Pero que sí, que la vida cambia sin darnos cuenta, y esos cambios son como corrientes de agua, corrientes de amigos, de trabajos, de rutinas. Y es que después de cierta edad, encontrarse en la corriente ya no es más cuestión de compartir los gustos, es que la corriente ya lleva tanta inercia, tanta fuerza, que juntarse requiere un esfuerzo enorme; pero igual jugamos a coordinar las corrientes, a buscarnos, como si nuestras fuerzas de voluntad fueran suficientes...

Entonces preferimos seguir, y esperar.

Otras veces, nos toca bailar en fiestas que hubiéramos querido mirar desde la tribuna, o tal vez, ni siquiera. ¡Pero que sí, que la vida cambia sin darnos cuenta!, y mientras más tiempo haya avanzado la corriente, más fuerza necesitás para hacer el cambio.

Mirás atrás y seguís avanzando, ya no podés parar. Entonces preferís seguir.

¿Te gustó? Bueno, de qué otra forma podía ser escrito un relatito que se llame Corrientes.

marzo 20, 2013

Los poetas, la verdad



No soy un poeta.

No porque no encuentre los adjetivos perfectos, el ritmo y las siluetas literarias para describir con precisión los más profundos sentimientos, sino porque estoy convencido de que los poetas dicen la verdad.

Sí, lo leí en el último artículo de Hector Abad sobre Piedad Bonnett, lo oí en las canciones de amor rosadas sin éxito de un no-cantante desconocido, y en la amargura y el caos de una canción sobre el final de un amor de un compositor exitoso.

Qué importa quiénes son, los poetas se reconocen a simple vista entre los que no somos poetas o somos simples mortales, porque nos generan algo de incomodidad o vergüenza combinada con una admiración que no llega a ser envidia.

Y es que como carezco de esa capacidad poetiza, no llego al punto de querer andar siempre desnudo, gritando la verdad con un cartel en la frente, sellándola en cada palabra que digo o escribo. Como dice Fito Páez, no quiero “vivir atormentado de sentido”, en una canción que es pura poesía.

No soy un poeta y no me gusta la poesía.

Prefiero andar vestido siempre. No tanto porque me avergüence de mi desnudez sino porque prefiero tener la posibilidad de ser siempre distinto, de lucir de otra forma, de cambiar. Sí, admiro más a los magos que a los poetas, a los actores, que encarnan siempre un personaje diferente, a los escritores que inventan personajes e historias de ficción. A Poe, a Stephen King, a Cortázar, a García Márquez, a Capote y hasta a Saramago, el más realista, que también sucumbió al arte de crear misterios, vidas truncadas e imperfectas.

Como dice Hector Abad en su artículo, “De los poetas uno se espera la verdad, y Piedad Bonnett es ante todo poeta, y gran poeta: por eso su libro, sin hacerle honor a su nombre, es despiadadamente cierto, despiadadamente verdadero y, por esto mismo, despiadadamente valiente. La valentía consiste en decir la verdad a pesar de que a muchos no les guste oírla, a pesar del dolor inmenso de tener que desgarrarse para decirla”.

No soy valiente.

Y me atrevo a decir que los Poe y los King, los más crudos y sangrientos, o los Cortázar y los Gabos, los más pintorescos, tampoco lo son. Los que no somos poetas somos unos cobardes que ya no sabemos cuál es la verdad, si la que vivimos o la que escribimos.

Pero admiro a los Poetas.

Entonces mañana iré a una librería y compraré Lo que no tiene nombre.

febrero 23, 2011

Solamente A Veces

No hay una sensación más refrescante que la de estar acostado en una cama que no es la tuya y comenzar a adaptar lentamente el cuerpo a su dureza, mirar irremediablemente el techo, un nuevo techo con una luz diferente y un novedoso olor a nada. Estar cómodo, sin zapatos, sin medias, en cortos y camiseta. Empezar a dormirse porque nadie te molesta, nadie se preocupa por que estés ahí, cerrar los ojos y ya está.

La cama, que no es la tuya, tampoco es la de tu novia, ni la de ninguno de los que viven en tu casa, ni de alguno de los que viven en la casa de tu novia. No, no es de ningún amigo tuyo, tampoco de ella, no es de nadie que trabaje contigo ni de algún conocido de tu familia. ¡Ya sé! De un amigo de un amigo. No, no es de nadie.

En realidad es una pobre cama sin dueño, pero no está tan fácil, es que no es de un hotel, ni de un motel, ni de una finca. Es una cama tan prostituta como la de un prostíbulo, pero bueno, aquí sólo cabe uno, lo juro.

A tu lado, en otra de estas escasas camitas, reposa otro ser que te dobla en años, del sexo opuesto, con vestiduras que bien podría lucir alguien de la mitad de tus años, disfrutando la misma sensación –espero– en una cama tan especial como la que te sostiene.

Solamente a veces se puede disfrutar de un placer tan exclusivo cuando vas a hacer fisioterapia.

2011

noviembre 02, 2010

Fábulas Modernas sobre Religiones: El Apocalipsis

Inspirado en Don José, de Todos los nombres.

Después de la habitual práctica matutina sobre los Derechos Humanos, la profesora Karla recostada en el altar de una antigua iglesia empezó a publicar la guía digital de estudio a sus pequeños alumnos. El primer punto consistía en leer un breve escrito latinoamericano sobre una de las religiones más antiguas y poderosas del mundo, el escrito es El Apocalipsis, del libro Fábulas Modernas sobre Religiones:


Fueron sus últimos instantes de la vida. Don José lo sabía, lo sentía, tanto que era el final como lo que vendría después.


Es el momento más emocionante de mi vida –pensó– mientras se daba la razón contemplando las imágenes que tibiamente se había forjado durante más de setenta años de un largo y tedioso caminar. Muy a su pesar, pero consciente de ello, veía con más claridad que nunca su inexorable camino hacia el infierno, ¡Es real! El asombro, la decepción y el coraje se habían encontrado en su último trazo de vida, caminando al unísono cual trinidad imperante que lo acompañaba al lugar que la justicia divina le había otorgado para la eternidad; Ya no podía distinguirse vivo o muerto, pero aún estaba consigo mismo y despreocupado de su pasado, más bien con una enorme y morbosa expectativa por ver por fin como era el fin, No importa si es el infierno, ya me tocó.


Rojo, amarillo, ocre, negro, calor, humedad, brillo, silencio, temor, decepción, resignación, realidad. Empezó a ver a otros condenados, nadie lo reparó, no notaron su novedad, siguieron en lo suyo, sin expresión alguna o con todas a la vez.

Empezó a pensar vagamente, ¿Cómo fue que me morí? Casi no lo recordaba, ¡Pero si fue hace nada! Ah, es que aquí el tiempo no… ¡José! Lo interrumpió una voz que no supo de dónde venía pero que de inmediato se encontró a su lado, definitivamente era él. ¡Dios mío, y ahora qué! Tranquilo, aquí todos somos iguales, bueno, casi. Notará que no está tan asustado, aquí el temor profundo es escaso, hace mucho me cansé de tanto molestar y atormentar, aquí la gente llega por convicción propia, sin amenazas. Extrañamente Don José pudo digerir todas las palabras que le dijo, notó una tranquilidad en su discurso y una familiaridad de cómplice que lo hizo sentirse más propio de su lugar eterno.

...Bueno, pero debo confesarle que llegue aquí por algo hasta medio insignificante, es que yo hasta creo en Dios, –se quedó pensando por un instante, y luego preguntó– Por ejemplo, ¿usted cree que en Dios? –e inmediatamente pensó– ¡Soy un imbécil, qué novatada! Pero igual, ¿a dónde más puedo ir? Esta es la pena máxima, ya no hay nada que romper. El encuestado con cara contrariada, torciendo la boca y mirando un poco hacia arriba le respondió con la misma ingenuidad después de un segundo: Sí, claro.

Desconcertados, todos los condenados voltearon inmediatamente sus miradas hacia él, si bien no estaba escrita en ningún código la pena a semejante declaración, esto causaba una gran indignación en todos, que se habían guardado bien el mismo secreto por siglos. Y la verdad, ya no podía haber más infiernos.
De repente todo empezó a cambiar, el infierno se empezó a desvanecer, ya no tenía sentido, sus habitantes estaban perdidos, entonces todas las almas del recinto no tuvieron más remedio que salir despavoridas por la única puerta; la de entrada, que ahora era la de salida fue como una puerta celestial.

Y sí, todos fueron llegando al cielo, con sus blancas e impecables vestiduras. Don José no lo podía creer, todo lo que le habían dicho era verdad y estaba corriendo con la suerte de conocerlo todo, todos los nombres, y además haciendo historia. Entraron pues al cómodo y tranquilo lugar ocupando el nivel más bajo, claro está, aunque todos eran iguales, no se podían diferenciar uno del otro, salvo por su propia conciencia. Sin embargo no hubo mucho tiempo de acomodarse porque la verdad salió a flote: Ya sin infierno todo el mundo iba al cielo viviera como viviera, hiciera lo que hiciera, pensara lo que pensara. Fue el caos total del otro lado de la vida y la gente ya no cabía por la puerta del cielo. Entonces decidieron cerrarlo, es que no era justo ni digno, ese no era un lugar para un cualquiera.

En vista del inminente cierre todos empezaron a salir atropellando y sin vergüenza en medio del drama a buscar un buen lugar para su eternidad, Don José también corrió lo que más pudo, no fuera a ser que se quedara sin dónde estar en el infinito. Pero qué cosa tan absurda resultaba esta tarea, tanto que en vista de que no encontraban nada se preguntaron por el limbo, por el purgatorio, ¡claro! Pero otra vez lo mismo, estaba clausurado y hace ya un buen tiempo.

Esto fue de lo último que pudo ver el pobre Don José, que por su pregunta inocente terminó acabando con todo, cielo e infierno, castigo y recompensa. Y qué culpa tenían los otros mortales que ya no tendrían a dónde ir después. ¡Qué alguien les avise! –se dijo– pero cómo, si nadie puede volver… es una lástima, en verdad, no es justo.
Así, Don José creyó terminar peor de lo que empezó, sin siquiera un lugar en donde estar por el resto, sin nadie, con nada. Fue el apocalipsis, después de la muerte.

2010

octubre 12, 2010

Pedazos de Película: Fútbol (Parte 1)

Ahí está el jugador de fútbol amateur, ese jugador promedio de barrio, que anhela cada jugada con todo su talento, que se levanta pensando en el partido, que quiere demostrar que ese día hay cosas igual de importantes pero que sabe que no puede esperar más a que empiece el cotejo. Con sus medias largas, pantaloneta brillante, camiseta con cualquier numero atrás y alguna cosa parecida a unos guayos en sus pies empoderados, listo para salir a jugar, a meter un buen pase, a hacer un amague, a sacarse a dos, a hacer un ocho, a meter un gol y si acaso, a ganar.

El más cercano a lo profesional de sus partidos lo juega en una cancha de 11 contra 11, con porterías donde se pueden meter tiros libres con comba, definitivamente el templo del deporte más hermoso del mundo, no importa si es arenilla, grama o sintética, más perfecta si tiene un pedazo de tribuna, sea de 2 o 3 escaleras de cemento, madera o metal oxidado; ah pero eso sí con árbitro, y si tiene la suerte de haber llegado a una final, con jueces de línea inclusive. Nada que envidiarle al Camp Nou.

Bien parado en la posición que le corresponde, mirando el centro del terreno de juego esperando el pitazo inicial, pocos habrán en la tribuna, pero suficientes para imaginarse él mismo en tercera persona. Y aquí viene con toda nuestro querido futbolista amateur, que algunas veces cuenta con la suerte de salir a observarse dejando en su cuerpo el talento, otras veces se le merma, y algunas otras lo deja por completo sin talento; suena el pitazo pero sin entender bien que ya empezó, entonces recibe el primer pase, con absoluta dificultad como aprendiendo a jugar, intenta pasarla de nuevo con una pierna que ahora le pesa 100 Kilos pero el balón no avanza, el rival la coge, queda frente al arquero y gol. Tragedia absoluta.

La película se va, el jugador vuelve al cuerpo, descubre que la cagó y esconde sus labios sin morderlos mirando hacia abajo. Aún está en cámara lenta, algunos le gritan, otros le dan palmadas, el portero está en el piso, el delantero rival pasa al lado y ni lo mira, va de vuelta y ya cobró por ventanilla. En la tribuna se oye el clásico grito “¡tranquilo que el partido apenas acabó de empezar, faltan 90 minutos, vamos que se puede, vamos!” pero que va, el partido ya terminó para el jugador amateur, no importa a qué altura están las medias, ni el amarrado de los guayos.

2010

julio 13, 2010

El Equilibrio Oblicuo

El mundo es relativo. Mal costumbre la nuestra en haber entendido el equilibrio como una balanza. La balanza se mira una vez y se juzga si está o no en equilibrio. No es justo, no hay revancha, no hay tiempo, es un instante. No hay nada que decir ni argumentar, se está o no. Parece como de un loco este criterio para juzgar o tal vez de un dios exigente.

Se nace y se muere. Hay que esperar, hay que vivir. Al final te miden o te medís. ¿Se puede elegir?

Los más crédulos esperan una recompensa más allá de lo evidente, una vida de sacrificios para que después la balanza se incline a favor. ¿Cuándo? Después. ¡No veo! Yo tampoco. ¿Y si no? ¡Calláte que perdés puntos! Los crédulos esperan, los que no, aprenden a no esperar.

Entonces, el crédulo cree en el desequilibrio y el incrédulo en el equilibrio. No parece muy lógico pero se puede entender.

Si fallas en el deber te toca pasar al hacer, sí porque a nadie le gusta hacer, entonces al que falla lo ponen a hacer. El hacer está garantizado por el errante humano, en el desequilibrio perfecto.

Un mandamiento obliga a hacer o a no hacer, obliga la razón sin dejarla pensar, la pone en desuso, la desestima, la encierra. Se nubla el presente, se pierde el equilibrio, pero la búsqueda no para, entonces se sueña con después. El efecto de un deber es otro deber: 2 veces un deber inclina la balanza.

El efecto de un derecho es un deber. En lugar de advertir que no me maten o que no maten yo elijo el derecho a vivir, vivir el derecho es el primer y único paso para el verdadero deber. Yo vivo y no mato. “Pienso luego existo”. Hay que soltar la razón en el límite de los derechos: 1 derecho y 1 deber genera equilibrio.

El crédulo termina desconfiando del otro, el incrédulo cree en él y por ende en los demás; Esta contradicción genera una sola razón, el crédulo se cae y el incrédulo se mantiene.

¿Y si todo es relativo? Entonces volvé a leer.

2010

junio 08, 2010

Un Fresquito en el Aire

Viernes. Me toca amanecer en Ibagué, el lanzamiento es a las 5:30 de la tarde y el último vuelo a Bogotá es a las 6:05, no alcanzo. Bueno, me madrugo el sábado y me devuelvo en el vuelo de las 6:55 de la mañana, si no está cerrado el aeropuerto como de costumbre.

Siempre le pido la ventanilla a la niña del counter. Esta vez me atendió una morena con lentes de contacto verdes que no terminaban de ajustarse a su cara, nunca supe si la estaba mirando a ella o a los lentes “No hay ventanilla en el vuelo Medellín - Bogotá, pero sí le tengo para el de Bogotá - Ibagué”. Me aburre estar en el pasillo, ¿para dónde mira uno? En bus, en taxi o en avión, siempre prefiero la ventanilla.

No suelo llevar afán, para qué si ya tengo la silla asignada; además siempre llevo equipaje de mano, una mochila, y si es del caso la guardo debajo del asiento de adelante. Tampoco he podido entender el comportamiento de la gente cuando para el avión y se paran de la silla inmediatamente, se quedan ahí 10 minutos inclinados y con el cuello retorcido esperando tontamente que la fila avance, con la puerta cerrada. Cuando pasa que alguien está en mi ventanilla le pregunto con voz amable pero firme, ¿qué silla tiene? Me parece increíble que la gente no pueda identificar cuál es su silla y que para colmo de males se pongan de mal genio, es una situación extraña pero la disfruto.

Entré casi de último al Fokker 50 rumbo a Ibagué después de bajarme del busesito rojo.

Y ahí estaba, otra vez alguien en mi ventanilla.

Pero esta vez no pregunté como de costumbre, esta vez fue diferente: Una señora ya de edad, medio robusta, con sus ojos totalmente cerrados, desparramada sobre la silla y recostada en la ventanilla; ama y señora de la 20K. Nada que hacer, me resigné y me senté a su lado sin saber para donde mirar.

Lo primero que noté fue su blusita de tela medio acartonada, de un rosado intenso, fucsia para ser más exactos, pero no muy fashion, seguro le gustó la tela por su textura rugosa de punticos alargados y se la llevó a su sastre de confianza para que le hiciera una prenda a su medida como de costumbre. Pelo corto y ondulado tinturado de café medio naranja. Esperé ver un maquillaje intenso y fucsia en sus párpados, pero para mi sorpresa, era bastante sobrio. Sin duda la señora se llamaba Rosalba.

Empecé a sentir un leve mareo. Claro, es que el avión se estaba moviendo pero yo no podía ver, y además en reversa. Casi no me logro adaptar cuando pude mirar por la ventana de Rosalba. Siempre me pasa cuando el avión está en la pista y yo en pasillo, sin saber para donde mirar.

Aparte de mi manilla verde, yo llevaba puesta una camiseta tipo polo también verde. La excusa perfecta del color de la marca que iba a representar y además de mi partido. Algo divertido para lucir atravesando el país, una valla móvil de esperanza y autenticidad.

Hemos comenzado el descenso”, se oyó. Eso despertó por fin a Rosalba quien trato de incorporarse de inmediato, mirando a su compañero de viaje y recomponiendo su postura.

Entonces, un momento después me preguntó:

- Rosalba: Oiga, ¿usted si votó por Mockus, o no votó?

Yo feliz porque alguien había notado el código verde, y fingiendo no haberme sorprendido le respondí a su acento bogotano sin saber de qué lado estaba ella:

- Mauricio: Sí, claro!

- R: ¿Y va a votar por él en segunda?

- M: Hombre claro que sí, está muy difícil, pero no imposible. Y hay que apoyar, si los que votamos por él no lo hacemos, entonces estamos fregados.

- R: Pues sí, tiene razón.

Después de haber contestado dos de sus preguntas me tocaba el turno.

- M: Y usted, ¿por quién voto en primera y por quién va a votar en segunda?

- R: Yo también vote por Mockus, pero está muy difícil para la segunda vuelta.

- M: Sí sí, está complicado, pero no imposible. –Insistí–.

- R: No si claro, yo voy a volver a votar por Mockus en segunda, hay que apoyar.

- M: A mí me da desilusión por que a la gente no le gusta oír la verdad. Santos jura en todos los debates que no va a subir los impuestos, pero lo cierto del caso es que le va a tocar subirlos. Hasta su mismo asesor económico, Juan Carlos Echeverri, dice que si en unos años ven que no alcanza el presupuesto entonces subirán los impuestos. A mí me parece más sensato que Mockus lo diga de una vez, así no sea algo muy popular.

- R: Sí, es que fíjese que el hueco fiscal no es de 3.5% como dicen ellos, sino que puede llegar a ser del 4.5%. Lamentablemente esas son politiquerías y discursos populares para conseguir votos.

Me sorprendió gratamente su respuesta, sobre todo por la tranquilidad con que lo dijo y por sus años, y me aseguré entonces que ser verde no es de jóvenes locos, sin criterio y rebeldes como se dice por ahí.

- R: ¿Y usted está trabajando en la campaña con Mockus, viene para Ibagué a hacer campaña?

- M: No, yo no estoy trabajando directamente en la campaña pero sí he hecho campaña con mis amigos, compañeros de trabajo y familiares; libre e individual, con sentido de responsabilidad.

Rosalba se sonrió, creo que con algo de aprobación y ternura de mamá.

- R: Yo en cambio soy empleada pública, por eso no se me permite hablar mucho del tema político. ¿Y entonces a qué viene?

- M: Vengo a hacer un lanzamiento ahorita a las 5:30 y me regreso mañana temprano en el primer vuelo. ¿Y usted?

- R: Vengo a dar unas clases, doy una hoy, mañana sábado la otra y me devuelvo.

- M: ¿Y viene a dar clases de qué?

- R: De impuestos.

- M: Ah, entonces usted si sabe de lo que habla.

- R: Sí, claro!

Y entonces, al lado de Rosalba, sentada en mi silla, sentí un fresquito en el aire.
2010