Viernes. Me toca amanecer en Ibagué, el lanzamiento es a las 5:30 de la tarde y el último vuelo a Bogotá es a las 6:05, no alcanzo. Bueno, me madrugo el sábado y me devuelvo en el vuelo de las 6:55 de la mañana, si no está cerrado el aeropuerto como de costumbre.
Siempre le pido la ventanilla a la niña del counter. Esta vez me atendió una morena con lentes de contacto verdes que no terminaban de ajustarse a su cara, nunca supe si la estaba mirando a ella o a los lentes “No hay ventanilla en el vuelo Medellín - Bogotá, pero sí le tengo para el de Bogotá - Ibagué”. Me aburre estar en el pasillo, ¿para dónde mira uno? En bus, en taxi o en avión, siempre prefiero la ventanilla.
No suelo llevar afán, para qué si ya tengo la silla asignada; además siempre llevo equipaje de mano, una mochila, y si es del caso la guardo debajo del asiento de adelante. Tampoco he podido entender el comportamiento de la gente cuando para el avión y se paran de la silla inmediatamente, se quedan ahí 10 minutos inclinados y con el cuello retorcido esperando tontamente que la fila avance, con la puerta cerrada. Cuando pasa que alguien está en mi ventanilla le pregunto con voz amable pero firme, ¿qué silla tiene? Me parece increíble que la gente no pueda identificar cuál es su silla y que para colmo de males se pongan de mal genio, es una situación extraña pero la disfruto.
Entré casi de último al Fokker 50 rumbo a Ibagué después de bajarme del busesito rojo.
Y ahí estaba, otra vez alguien en mi ventanilla.
Pero esta vez no pregunté como de costumbre, esta vez fue diferente: Una señora ya de edad, medio robusta, con sus ojos totalmente cerrados, desparramada sobre la silla y recostada en la ventanilla; ama y señora de la 20K. Nada que hacer, me resigné y me senté a su lado sin saber para donde mirar.
Lo primero que noté fue su blusita de tela medio acartonada, de un rosado intenso, fucsia para ser más exactos, pero no muy fashion, seguro le gustó la tela por su textura rugosa de punticos alargados y se la llevó a su sastre de confianza para que le hiciera una prenda a su medida como de costumbre. Pelo corto y ondulado tinturado de café medio naranja. Esperé ver un maquillaje intenso y fucsia en sus párpados, pero para mi sorpresa, era bastante sobrio. Sin duda la señora se llamaba Rosalba.
Empecé a sentir un leve mareo. Claro, es que el avión se estaba moviendo pero yo no podía ver, y además en reversa. Casi no me logro adaptar cuando pude mirar por la ventana de Rosalba. Siempre me pasa cuando el avión está en la pista y yo en pasillo, sin saber para donde mirar.
Aparte de mi manilla verde, yo llevaba puesta una camiseta tipo polo también verde. La excusa perfecta del color de la marca que iba a representar y además de mi partido. Algo divertido para lucir atravesando el país, una valla móvil de esperanza y autenticidad.
“Hemos comenzado el descenso”, se oyó. Eso despertó por fin a Rosalba quien trato de incorporarse de inmediato, mirando a su compañero de viaje y recomponiendo su postura.
Entonces, un momento después me preguntó:
- Rosalba: Oiga, ¿usted si votó por Mockus, o no votó?
Yo feliz porque alguien había notado el código verde, y fingiendo no haberme sorprendido le respondí a su acento bogotano sin saber de qué lado estaba ella:
- Mauricio: Sí, claro!
- R: ¿Y va a votar por él en segunda?
- M: Hombre claro que sí, está muy difícil, pero no imposible. Y hay que apoyar, si los que votamos por él no lo hacemos, entonces estamos fregados.
- R: Pues sí, tiene razón.
Después de haber contestado dos de sus preguntas me tocaba el turno.
- M: Y usted, ¿por quién voto en primera y por quién va a votar en segunda?
- R: Yo también vote por Mockus, pero está muy difícil para la segunda vuelta.
- M: Sí sí, está complicado, pero no imposible. –Insistí–.
- R: No si claro, yo voy a volver a votar por Mockus en segunda, hay que apoyar.
- M: A mí me da desilusión por que a la gente no le gusta oír la verdad. Santos jura en todos los debates que no va a subir los impuestos, pero lo cierto del caso es que le va a tocar subirlos. Hasta su mismo asesor económico, Juan Carlos Echeverri, dice que si en unos años ven que no alcanza el presupuesto entonces subirán los impuestos. A mí me parece más sensato que Mockus lo diga de una vez, así no sea algo muy popular.
- R: Sí, es que fíjese que el hueco fiscal no es de 3.5% como dicen ellos, sino que puede llegar a ser del 4.5%. Lamentablemente esas son politiquerías y discursos populares para conseguir votos.
Me sorprendió gratamente su respuesta, sobre todo por la tranquilidad con que lo dijo y por sus años, y me aseguré entonces que ser verde no es de jóvenes locos, sin criterio y rebeldes como se dice por ahí.
- R: ¿Y usted está trabajando en la campaña con Mockus, viene para Ibagué a hacer campaña?
- M: No, yo no estoy trabajando directamente en la campaña pero sí he hecho campaña con mis amigos, compañeros de trabajo y familiares; libre e individual, con sentido de responsabilidad.
Rosalba se sonrió, creo que con algo de aprobación y ternura de mamá.
- R: Yo en cambio soy empleada pública, por eso no se me permite hablar mucho del tema político. ¿Y entonces a qué viene?
- M: Vengo a hacer un lanzamiento ahorita a las 5:30 y me regreso mañana temprano en el primer vuelo. ¿Y usted?
- R: Vengo a dar unas clases, doy una hoy, mañana sábado la otra y me devuelvo.
- M: ¿Y viene a dar clases de qué?
- R: De impuestos.
- M: Ah, entonces usted si sabe de lo que habla.
- R: Sí, claro!
Y entonces, al lado de Rosalba, sentada en mi silla, sentí un fresquito en el aire.
Muy bueno profe.
ResponderEliminarLo leí y sentí un fresquito en la mente.
ummmmmmmmmmm me gusto, me gusto...
ResponderEliminarHYPIE CHIC GUACHA!!!
muy ameno y esperanzador
ResponderEliminarMuy bueno...
ResponderEliminarMientras iba leyendo, el nombre de Rosalba iba dejando de ser tan rosa y se iba tiñiendo de un verde esperanzador.